miércoles, 8 de septiembre de 2010

Cuanto Cuento

Cuento inconcluso.

Escribir es siempre placentero. Obvio, cuando se sabe que decir, cuando se está en una laguna de silencio, laguna que se transforma rápidamente en océano, un océano blanco o peor aún, un océano vacío.

Nunca aprendí artilugios para hacer que aparezcan las palabras. El trabajo con las imágenes es más sencillo, en este punto, muchas veces sólo hay que dejar al material expresarse, disponer un soporte empapado al cual se le arrojará color y aparecerá una mancha, es decir una imagen. Hice miles de esculturas descartables, jugando con una pinza y un alambre, doblando por cualquier sector, en cualquier dirección. Pero con las palabras siempre es más complicado, cuando no se tiene una idea.

Lamentablemente nunca se deja de pensar, pero el pensamiento no responde a un orden literario. Se mezcla lo que veo, lo que siento, lo que pienso, lo que olvido y lo que recuerdo. El frio del invierno en Praga, el recuerdo de una cena lejana en el tiempo, un tema lejano resuena en la radio de un vecino que no se preocupa ni por el frió, ni por las estrellas de la media noche, a pesar de todo eso puedo reconocer al “Gorrión” cantando. Esa voz inconfundible. Todo se mezcla, los sueños lejanos de esa última vez que pude conciliar el sueño, lo hecho en el día, todo lo no hecho, la gente que vi, a esos que hubiese querido ver.

Los días se pasan muy rápidamente, pero al mismo tiempo son larguísimos.

Alguien llegó a la habitación contigua, escucho los ruidos, característicos de la vida humana, el trinar de unas ramas que crepitaran en el fuego. Mientras que en este lúgubre cajón el frío se siente hasta los huesos, muchas noches las piernas se me entumecen del frío, a pesar de ser un lugar reducido, siempre hace frío, las añejas ventanas nunca cierran completamente, las paredes se inflan de la humedad que decanta por el tiempo, cuando llueve, adentro también cae agua y esporádicamente se desprenden trozos del techo. Muchas noches reconozco demasiados aspectos de mí mismo en estas paredes derruidas y hago fuerza para cerrar los ojos y dormir algunos momentos, pero dormir no es nunca una tarea sencilla, los ruidos ajenos me despiertan y me desvelo tratando de entender lo que pasa en las casas normales que me rodean, por qué ya no suena Edith Piaf en la casa del vecino o por qué razón prendería fuego Alexandre, pasadas las tres de la mañana.

Hace demasiado frío para seguir escribiendo, seguramente me acostaré, pues en la cama es un poco más cálida, aunque últimamente es una de las ubicaciones más desoladas de toda la habitación (llamar casa a este pequeño reducto espacio, este cajón).

Quizá mañana encuentre mejores palabras para decir lo que aún no tienen nombre.

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